Es una obra en la que los personajes son puestos en cuestión porque sus conflictos trascienden los alcances de la representación. Por ello se hizo necesario diluir el teatro en busca de su propia esencialidad; es decir, en su capacidad de cruzar los límites de la ficción para re-encontrarse con la realidad de la cual proviene.

Un juego divertido, lleno de engaños que denunciados desnudan las intimidades de los personajes que nunca acaban de existir. Personajes que escapan constantemente de quienes se empeñan en representarlos.

Personajes impersonales atravesados por las violencias cotidianas. Personajes que sobreviven a la dureza de la vida escudándose en las máscaras de otros personajes.

Todos permeados por la crueldad que encierra el humor. Al final espectadores y actores como testigos de excepción de un país, de un mundo, de un universo cruel que nos sonríe con la carga de la ironía de quien piensa para sus adentros: “pobres seres que nos le queda otra esperanza que reírse de sí mismos”

El Centro García Márquez el original, con un grupo de actores confabulados hacen posible este divertimento después de muchos ensayos gozosos, que convirtieron la letra muerta de un texto, en un ejercicio de apropiación, de recreación, desde la emoción, intuición y reflexión que ahora y en complicidad con los espectadoresno pretenden nada más que pasar un buen rato - como nota al margen- de una realidad más violenta que nuestra capacidad de   imaginarla.

El divertimento, en este caso no excluye el dolor ni la emoción trágica, agudeza y gravedad, humor y reflexión en una relación de conflicto sobre un escenario en el que un grupo de teatro, tan imaginario como real, busca entretener y confrontar al público a partir de las historias personales, a veces íntimas, de las actrices y  actores.
Juego de representación y presentación de verdades a medias y  confesiones descarnadas; todas referidas a formas extremas y sutiles de violencias  cotidianas.
En esta ocasión actores y actrices con la seriedad necesaria para emprender los riesgos irresponsables de la creación, asumen el texto teatral del autor como un material primario para enriquecerlo a través del juego escénico, en donde la individualidad y el colectivo construyen y destruyen simultáneamente hipótesis sobre el eterno devenir del dolor y el placer.
Juego rudo que nos llevan a justificar al teatro como cómo una manera de escenificar lo oculto que subyace en el alma confusa de representados y representadores, de personas y actores de actores y espectadores, en un sinfín indescifrable, apasionante y juguetón como un divertimento ligero que no deja de causar cierto escozor placentero y ardoroso en las nalgas de la moral individual y la ética colectiva